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De casa familiar a escombros: la lluvia les quitó su hogar a los Cano

Isabella Navarrete Barrero / isabella.navarrete@udea.edu.co

13 de mayo de 2025

Una lluvia constante y fría marcó, gota tras gota, el final de un legado familiar. En el corregimiento de San Antonio de Prado, la casa de la familia Cano de Ossa, que resistió décadas de historia y aguaceros, se vino abajo el lunes 28 de abril tras varios días de intensas lluvias. Así lo narró Yileny Cano, quien con su historia también dejó al descubierto la fragilidad de los que, como ella, siguen esperando que la emergencia climática no los borre del mapa.

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​​Así se veía la casa de la familia Cano de Ossa antes de su derrumbe. Fotografía proporcionada por la familia.

La mañana del 28 de abril no había luz. Lo único que se percibía era una suave llovizna que golpeaba el techo luego de una noche tormentosa. Cerca del mediodía, fuertes crujidos y una grieta que se expandió rápidamente fueron la sentencia final: ya no había casa, todo se vino abajo. 

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El 27 de abril de 2025 fue la última noche en la que Yileny Cano, de 33 años, fue a dormir en la casa que le había heredado su padre a la familia. Esa casa, con una puerta verde y un pequeño corredor en la entrada lleno de plantas y macetas llevaba más de 50 años en la vereda Los Naranjitos. Levantada a pulso por el trabajo de un agricultor y reformada en los últimos años por sus hijos, el hogar de los Cano de Ossa en el corregimiento de San Antonio de Prado terminó convertido en unos ladrillos llenos de barro y tierra.


Un crujido en el alma
 
Los hermanos Nelson Enrique, Yileny y Jorge Alberto Cano se fueron a trabajar en la mañana del lunes 28 de abril. Todos bastante preocupados porque los aguaceros de los últimos días habían causado inundaciones, deslizamientos y evacuaciones en la zona. Pero la preocupación no era solo esa; ellos tenían un antecedente: en 2009 se vieron obligados a desalojar la casa durante cinco años por circunstancias parecidas. Desde la Alcaldía les explicaron que era un terreno de alto riesgo y que no debían pagar impuestos. Sin embargo, al regresar en el 2014, les llegó un cobro coactivo por el que debían responder. En aquel momento lo único que pensó Yileny fue “yo cómo voy a dejar perder la casita” y adquirió una deuda que terminó de pagar en el 2021, “no era una casa de lujos, pero tenía un valor sentimental muy grande para todos nosotros”, cuenta con nostalgia.  

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Ese lunes, Nelson y Jorge regresaron a casa más temprano. Allí, su madre, Luz Miriam de Ossa los esperó preocupada por una grieta que vio en el baño y que parecía hacerse más grande conforme avanzaba el día, grieta sobre la que Yileny ya había avisado al DAGRD (Departamento Administrativo de Gestión del Riesgo de Desastres) antes de salir para su trabajo; nunca llegaron. Pero una llamada comenzó a cambiar el rumbo de las cosas.

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Yileny llamó a su madre a eso de las 10:00 de la mañana a preguntarle cómo iba el día, y ella solo le dijo que la grieta del baño estaba más grande y se escuchaba traquear el techo. Sin pensarlo, le sugirió sacar, con ayuda de sus hermanos, la nevera, la lavadora y algo de ropa para irse en la tarde a la casa de otra de sus hermanas. Muy preocupada, pidió permiso en su trabajo y tomó un taxi mientras llamaba nuevamente a su mamá. La respuesta al otro lado del teléfono la destruyó por completo: “no Yile, es que la casa se cayó”. 
 

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Más de 50 años de recuerdos y esfuerzo quedaron reducidos a lodo y escombros. Fotografías proporcionadas por la familia.

El techo comenzó a traquear muy fuerte cerca de las 10:40 de la mañana, como si se rompiera a toda prisa. Tanto así que Nelson y Jorge lo único que dijeron fue: “No mamá, salgámonos ya, salgámonos rápido”. Corrieron hacia el patio y vieron el derrumbe que estaba en la parte trasera; siendo casi las 11:00, la casa se vino al suelo. “Todo se nos fue. El suelo, la cocina, una cama destruida y otra atrapada. Lo único que pudimos sacar fue algo de ropa, pero perdimos demasiadas cosas”, cuenta Yileny, quien al ver la escena escribió por un grupo comunitario que la casa se le había caído. 

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Sus ojos se aguaron mientras contaba la pérdida; era el recuerdo de que hace unos días tenía casa y hoy camina entre escombros. Ese lunes solo pudo llorar en el taxi, pero a la vez se convenció de que debía ser la fortaleza para su familia. 

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La solidaridad hace de casa

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Génesis Vélez Muñoz, lideresa comunitaria y quien conoce a la familia desde hace años, acudió al llamado de Yileny. En su voz se percibían las ganas de ayudar, y lo confirmó cuando lo primero que hizo al recibir la llamada fue ir hasta la casa de los Cano. “Fui a decirles que aquí estamos con fuerza. Porque si bien yo no tengo recursos económicos para donar, sí tengo fuerza, eso es lo que yo aporto”. Génesis pasó los últimos días cortando árboles, sacando agua de las casas, recolectando colchonetas, organizando mercados y acudiendo a sectores damnificados en San Antonio de Prado ofreciendo toda su ayuda y bondad.

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Además de los esfuerzos de la misma comunidad para ayudar a las familias afectadas, desde la Alcaldía y la Corporación Presente se impulsó una donatón que espera recolectar ropa, alimentos no perecederos, medicamentos y elementos de aseo para atender a los damnificados en este corregimiento y en Altavista. 

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Hasta el 8 de mayo, la fecha, en San Antonio de Prado hay 317 damnificados que hacen parte de las 409 familias —unas 1.738 personas afectadas— que han tenido que abandonar sus viviendas en la ciudad: 172 de manera temporal y 237 de manera permanente. 

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Intimidad al descubierto 

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Ahora, Yileny solo puede contar cómo era la casa: tenía unos rieles que habían hecho para llegar a ella; eran en concreto y tenían unos grabados horizontales característicos de las carreteras de fincas. En el segundo piso, vivía con su madre Luz Miriam, su hermano Nelson y su sobrino Emanuel. Tenían una sala, sofá cama y mesita con televisor, unos clósets pequeños, dos camas, la cocina y el baño. Aunque su fascinación era el jardín, lo describía como algo hermoso y más porque a su mamá le fascinan las flores y tenían allí de todo tipo. En el primer piso, más pequeño y con apenas dos habitaciones, vivía su otro hermano Jorge y sus dos hijas, Camila y Laura; todos Cano. 

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La casa no estaba pintada ni revocada, pero contenía una vida llena de recuerdos. Antes de la grieta, los Cano tomaban tinto, hacían asados y empanadas, charlaban en el corredor y se divertían alrededor de un pequeño fogón de leña que quedó bajo los escombros. Ver la casa que los vio crecer reducida a estragos, solo provocó un llanto inconsolable, frustración y una ola de incertidumbre sobre su futuro; llevaban 15 días sin dormir tranquilos con el temor de que una tragedia los alcanzara. Y así fue, pero en medio de su tristeza, agradecen que la vida les dio una segunda oportunidad y siguen todos juntos.

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En ese “todos juntos” también está la solidaridad comunitaria que sale a flote en momentos de crisis y esto se materializa con las personas que estando lejos o siendo ajenas a la cotidianidad de este corregimiento, se acercan a ayudar a esta familia y a todas las que viven algo similar. Todo el día Génesis recibe cientos de mensajes y llamadas con preguntas sobre qué donar, a dónde llevarlo, a quién más llamar o cómo va la situación. A veces ni le alcanza el tiempo para responder a todos porque está en el Centro de Desarrollo Social, en la Parroquia San Antonio de Padua, en la Casa Cural o en Parque Biblioteca José Horacio Betancur recibiendo donaciones. 
 
La crisis climática ha transformado la vida de muchas personas en cuestión de horas, como ocurrió con la familia Cano de Ossa. Para Kamila Giraldo, administradora en salud, esta realidad exige respuestas centradas en la dignidad humana. “Priorizar los derechos humanos es necesario para afrontar la crisis climática”, afirma.

 

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Este era el camino que recorría la familia Cano de Ossa antes de que la lluvia les derrumbara su hogar. Fotografía proporcionada por la familia.

Una vida en obra negra

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Con las pocas cosas que pudieron sacar y la ropa que tenían puesta, los Cano de Ossa subieron por esa pequeña carretera estrecha, llena de barro y charcos, hacia el lugar donde pasarían las próximas noches, y donde aún siguen durmiendo. Es la casa de otra hermana de Yileny, también ubicada en Los Naranjitos. No están viviendo con lujos, pero agradecen tener un techo en medio de una lluvia que parece no cesar.

 

El 1 de mayo, Yileny fue a la cabecera de San Antonio de Prado a preguntar por las ayudas a los damnificados. Cuando llegó a uno de los puntos de donación, se encontró a una muchacha que, de afán, le entregó dos colchonetas, jabones y paquetes de granos. Sintió que fue algo esquemático, que si ella no iba no le entregaban nada. Aunque no los culpa porque sabe que son demasiadas personas afectadas, se sigue preguntando “¿y el apoyo qué? Yo también valgo”. Ellos contaron con la fortuna de tener a dónde ir, pero ¿qué hubiera pasado si alguien más no estaba cerca para recibirlos en su hogar? Cientos de personas no corrieron con la misma suerte y permanecen en la incertidumbre.

 

Preocupada y algo nostálgica, Yileny dice que hay que echar “pa´lante”, que algo hay que hacer. Sin embargo, cuenta con su voz casi tan quebrada y deshecha como los escombros: “obvio yo quiero saber qué va a pasar con mi casa, porque fue mucho dinero que se invirtió para salvarla. Primero teníamos un techito de bahareque, de barro y fuimos haciendo poquito a poquito cada arreglito”.

 

Al ver los escombros de la casa, es imposible no pensar en el padre de Yileny, el agricultor que la construyó, en las generaciones que crecieron allí, en el llanto, el insomnio y la incertidumbre de esta familia. Es imposible no pensar en cada familia que tiene una historia parecida a la de los Cano de Ossa, a quienes lo único que les queda por hacer es dejar ahí esos ladrillos, los mismos que ayer sostenían un hogar y hoy son escombros en los que apenas se puede caminar.

De la Urbe, 2025
 

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